sábado, 27 de julio de 2013

Otra forma de contar la historia del Muezzinoglu



Parábola del turco abandonado
      Ocurrió en un país no muy lejano, que un grupo de hombres de una nación  extranjera se vieron asaltados, golpeados  por los ladrones de circunstancias. Abandonados  en un lugar aislado,  desnudos, sin dinero ni comida, necesitados  de ser rescatados  de aquel lugar, alguien  escuchó la voz de socorro en el mar  y acudió para llevarlos a un lugar seguro
      El guardián de aquel lugar advirtió que eran de un pueblo distinto y de una lengua extraña. Al comprobar que estaban desnudos  (sin  protección o alguien que los representara) creyó que podían contaminar con sus miserias a las gentes de su país y los aislaron  vigilándoles día y noche  sin permitirles aliviar  las penas de sus desdichas de saberse lejos de su patria y de su hogar , en un lugar en el  que ellos  no pretendían  vivir pues no estaba allí su familia, sus amigos , su cultura, su trabajo .
      Aquellos hombres lloraron con lágrimas secas su soledad y si acaso aliviaban el dolor del maltrato  de la incomprensión y la rigidez de la ley , el leve intento de consuelo que les procuraba alguno de tierra adentro . Aunque fueran pocas y  pobres los detalles, se consolaban  y  se animaba su esperanza
      Hubieron voceros  que llamaron a la puerta de la justicia y el derecho pero nadie oía la verdad, y el silencio seguía  clamando con insistencia
       Sordos y ciegos  al dolor de los aislados, los del pueblo, olvidaban que sus hijos  podían sufrir  lo mismo en otros mares y otros puertos. Y el guardián  seguía interpretando la letra de la ley que condenaba al hombre, creyendo que  cumplía el deber, sin escuchar  al hombre  que clamaba  la verdad, el derecho y la justicia
       Habían  también, entre la gente  del lugar,  quienes lloraban por dentro, pero que tenían que hacer el mismo juego, y sufrían, claro
       Por fin escucharon sus lamentos  los paisanos  del extranjero y pagaron  su vuelta a casa. Se animaron los rostros con la  alegría  de volver a estar con los suyos  y también con la esperanza prendida, no obstante los pesares, por los gestos de amor, aunque hubieran sido humildes, que los de acá y los de allá habían encendido en la memoria del corazón del turco abandonado, herido  por el rigor de las leyes, que no eran las del mar, sino de las de tierra adentro.
Juanpedro Mar


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